Nabucco fue el primer éxito decisivo de Verdi. Sus melodías, armonías y ritmos se vinculan todavía nítidamente a Donizetti, son simples en estructura, pero de un efecto dramático innegablemente fuerte. Cada nota parece tener una auténtica sangre teatral que entusiasma de manera irresistible. El 09 de marzo de 1842 se estrenó triunfalmente en la Scala de Milán. La melodía del coro "Va pensiero", que surgió en primer lugar, se convirtió en la canción de súplica y combate de todos los patriotas italianos que se identificaban con el pueblo hebreo en su hora más difícil y se esforzaban por liberarse de la dominación extranjera.
Había en este libreto dos aspectos que impresionaron especialmente a Verdi. La simpatía por el pueblo hebreo sometido, que lo llevó espontáneamente a una comparación simbólica con los italianos que vivían en las regiones del país ocupadas por los austriacos, y el fuerte elemento religioso, que le prestó apoyo precisamente en esa época casi atea de su existencia. Allí se expresaba la fe que podía mover montañas, y estaba claramente plasmada la victoria de los que luchaban por Dios contra el materialismo pagano.
La ópera comienza con el asedio de Jerusalén por el ejército del rey babilonio Nabucco o Nabucodonosor. Zacarías exhorta a los defensores a que resistan mientras la fiel Fenena esté de su lado; ésta, hija de Nabucco, salvó antaño al rey de Israel, Ismael, de su encierro en Babilonia. Por amor a él lo siguió a su patria. Pero también Abigaíl ama a Ismael: es hija adoptiva de Nabucco, una mujer cruel y orgullosa que cree que ha llegado el momento de vengarse de su rival. Toman por asalto la ciudad; Ismael salva a Fenena del puñal de su padre. Llevan a los judíos prisioneros al llamado «destierro babilonio», la primera diáspora de que hablan los libros históricos de la Biblia y algunos de los más bellos salmos.
Durante la ausencia de Nabucco, Abigaíl se convierte en reina de Babilonia y jura la muerte de Fenena, Ismael, Zacarías y todo el pueblo hebreo. Cree que los tiene a todos en sus manos, pero Nabucco regresa por sorpresa. Exige que, en adelante, ambos pueblos, el suyo y el hebreo, vean en él no sólo a su rey sino también a su dios. Zacarías se opone valientemente a esta pretensión, y Fenena, como esposa de Ismael, se convierte al judaísmo. Pero Nabucco insiste en su delirio. Un rayo lo arroja al suelo. Rápidamente, Abigaíl se pone los atributos reales y pronuncia la sentencia de muerte contra los prisioneros hebreos. Los sentidos de Nabucco se han extraviado, pero cuando sabe que Fenena debe morir también, no da su consentimiento.
En la escena tal vez más bella de la ópera, los hebreos esclavizados están de rodillas a orillas del Eufrates, «en las aguas de Babilonia», como dice el salmo; su oración fervorosa, su anhelo de libertad, la añoranza de la patria lejana se condensan en la inolvidable escena coral de «Va pensiero sull'ali dórate».
Nabucco conoce el peligro en que se encuentra su hija Fenena, que marcha con los demás condenados al cadalso, y ruega por ella a Jehová, el Dios de los judíos. Una luz cae sobre él. Mientras el sacerdote de Baal recibe a las víctimas, Nabucco, otra vez totalmente dueño de sí, aparece ante el pueblo. El ídolo se desploma como por milagro. Abigaíl es herida de muerte; moribunda, se dirige también al Dios de Israel, y pide al rey que una para siempre a Fenena e Ismael. Nabucco reconoce el poder del Dios extranjero. Libera a los israelitas de la esclavitud, y éstos, como estaba predicho, regresan a Jerusalén.
La Biblia constituye el fundamento de este drama. La esclavitud de los israelitas en Babilonia y su liberación ha sido representada con frecuencia en el arte occidental.
Temistocle Solera (1815-1878) fue un escritor de talento; Verdi lo llamó para que colaborara en una serie de óperas (Oberto, Nabucco, I lombardi, Giovanna d'Arco, Attila). Por supuesto, su arte dramático respondía a la ópera que dominaba en la época, pero hay en Nabucco una serie de escenas que revelan un genio dramático poco común.
Nabucco fue el primer éxito decisivo de Verdi. Sus melodías, armonías y ritmos se vinculan todavía nítidamente a Donizetti, son simples en estructura, pero de un efecto dramático innegablemente fuerte. Cada nota parece tener una auténtica sangre teatral que entusiasma de manera irresistible. La pieza maestra de la partitura es el coro «Va pensiero», una melodía pausada, nostálgica y llena del más profundo sentimiento, en que violentos arrebatos alternan de manera espléndida con atribulados susurros.
El compositor alemán Otto Nikolai (autor de Las alegres comadres de Windsor) había cosechado prometedores éxitos en la Scala de Milán. Entre los libretos que se le habían ofrecido para ulteriores composiciones se encontraba también el proyecto de Solera para Nabucco. Pero Nikolai no se interesó. Merelli, el empresario de la Scala (hoy diríamos el director artístico), un nombre que casi merece el título honorífico de profeta de Verdi, insistió al joven compositor italiano para que pusiera en música aquel argumento. Mostró con ello una confianza fuera de lo común, pues Verdi había triunfado con Oberto pero también había fracasado totalmente con Un giorno di regno. Además, le había afectado profundamente la muerte de su joven esposa y de sus dos hijos, de manera que atravesaba una profunda crisis anímica. Merelli impuso formalmente el libreto al compositor; cuando éste lo arrojó sobre la mesa al regresar a su casa (Verdi relata el episodio en un breve esbozo autobiográfico), se abrió solo y Verdi leyó la frase «Va pensiero sull'ali dórate...». En el mismo instante se le ocurrió la melodía para estos bellos versos. Y escribió la ópera en un arrebato creativo sin pausa.
El 9 de marzo de 1842 se estrenó triunfalmente en la Scala de Milán. La melodía del coro, que surgió en primer lugar, se convirtió en la canción de súplica y combate de todos los patriotas italianos que se identificaban con el pueblo hebreo en su hora más difícil y se esforzaban por liberarse de la dominación extranjera. La misma melodía sonó en el entierro del maestro, casi sesenta años más tarde, y para entonces ya se había convertido en un himno nacional, que todo niño italiano hasta el día de hoy sabe de memoria.
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