Pocos estrenos operísticos han sido aguardados con tanta expectación como el de Otello de Verdi en el Teatro alla Scala de Milán el 5 de febrero de 1887. Y pocas personas habrían siquiera imaginado por aquel entonces que el Maestro –que había manifestado su deseo de “retirarse de los escenarios” después de Aida, una década y media antes, y que ya era septuagenario–pudiera haberse sentido tentado para acometer un proyecto tan ambicioso.
Los antecedentes constituyen una parte familiar de la biografía de Verdi: cómo su editor Giulio Ricordi maniobró, a finales del verano de 1879 (con la ayuda del director de orquesta Franco Faccio y del libretista y compositor Arrigo Boito), a fin de convencer al Gran Anciano para que abandonara su retiro con la idea de abordar uno de los más grandes textos de su amado Shakespeare, inicialmente sacando el tema a colación durante una comida y luego preparando un día después un esquema completo del libreto de Boito (¡oportunamente ya esbozado!), que a Verdi le pareció bueno. “Siga adelante y escriba el libreto”, dijo Verdi a Boito, “siempre será útil para usted, para mí o para alguna otra persona”. Gradualmente, Verdi se permitió, siempre rezongando, sin bajar nunca la guardia, ser conquistado para la causa.
Sin embargo, lo hizo con plena conciencia de que éste sería uno de los retos más difíciles y arriesgados de toda su gloriosa carrera. Boito siguió completando el primer borrador del libreto, entregando la última parte a Verdi a mediados de noviembre. Ricordi, a quien le preocupaba que Verdi pudiera cambiar de opinión, presionó a Boito para que concluyese el borrador; en una deliciosa carta fechada el 21 de septiembre de 1879, Boito escribió a un administrador de Ricordi: “Si esta semana no entrego a Giulio una Desdémona estrangulada [esto es, la escena final de la ópera], me temo que será él quien me estrangule a mí” . En el curso de los próximos años los dos artistas se enfrascaron en un prolongado y complejo proceso de revisión del texto. En cuanto a la música, sin embargo, y a pesar de los informes optimistas enviados por Emanuele Muzio, el alumno de Verdi, a Ricordi a comienzos de 1880, dice que "la música creo que ocupa unlugar prioritario en su mente.
Parece ser que Verdi estaba procediendo, en cambio, de forma cautelosa. Como ha observado el historiador James Hepokoski, “El trabajo de Verdi en el curso de aquellos años –dos amplias y extensas revisiones operísticas, para Simon Boccanegra (en 1881, con Boito) y para Don Carlos (en 1882-3, con Camille Du Locle)– puede entenderse como las luchas internas que estaba librando el compositor para dar con el estilo avanzado que tenía previsto utilizar en Otello.
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