Estamos en Marzo de 1785, con un Mozart en pleno apogeo de su éxito en Viena, en la que lleva casi cuatro años. Por estas fechas, su propio padre, Leopold, le está haciendo una visita (que será, además, la última vez que se verán en vida), percibiendo el triunfo arrollador que la música de su hijo obtiene. Sí, Wolfgang trabaja, y mucho. De hecho, tanto este concierto, como el anterior, nº 20 K.466 en Re menor, están destinados a los conciertos por suscripción que el propio compositor organizaba, y que le reportaban muchos ingresos. Está produciendo una música que atrae al público, pero también a sus compañeros artistas. Es en estas fechas, que Joseph Haydn le dice a Leopold (éste lo cuenta a su hija, Maria Anna, en su carta de 16 de Febrero de 1785):
“Os lo digo, delante de Dios, como hombre de honor: vuestro hijo es el compositor más grande que conozco, en persona o de nombre. Tiene gusto y también la más grande ciencia para la composición”.
Cierto es que Wolfgang, disfrutando del éxito y con la confianza en sí mismo que le caracteriza, decide ir más lejos todavía estéticamente, con los Cuartetos dedicados a Haydn, con la ópera Las Bodas de Fígaro, y otras, lo que le supondrá una progresiva pérdida del favor del público.
El 9 de Marzo, inscribe en su catálogo de obras este concierto.
Catalogo conc 21
Y el día siguiente, 10 de Marzo, se produce el estreno en el Burgtheater de Viena, en un concierto, como decimos, a beneficio exclusivo del compositor, que a su vez debía cargar con los gastos. Pero la sala está repleta, y le genera buenos beneficios.
Centrándonos en el Andante, en la tonalidad de Fa Mayor, diremos de manera sencilla que se estructura en tres partes:
-Sección A: con la introducción orquestal y la posterior entrada del piano solista, que toma el tema principal ya anticipado en la introducción, pero modificado. Hasta el minuto 2:50.
-Sección B: se modula a tonalidad menor, y comienza el desarrollo expresivo del movimiento, que durará hasta el minuto 5:42.
-Sección A: desde ese momento, se retoma el tema principal, con algunas divergencias, que nos lleva hasta el final.
La introducción orquestal es serena, salvo por el ritmo obstinado de los bajos (cellos, contrabajos), que generan un ritmo en el movimiento de avance, no de calma. Esa serenidad inicial, se rompe en el minuto 0:38, con las disonancias entre la cuerda y los vientos. Son los instrumentos de viento los que ya desde el principio advierten la incomodidad de la pieza, que, es cierto, resuelve con placidez desde el minuto 1:23, y que el piano solista recoge con el tema principal.
El juego reposo-tensión, tan mozartiano, tan necesario en la música. Todo avanza con esa sensación de haber recuperado el equilibrio hasta que en el minuto 2:33 se produce una intensa disonancia entre piano y vientos. Esa disonancia, hoy, con nuestra cultura musical mucho más acostumbrada a unas armonías más agresivas, nos puede pasar desapercibida, pero en el siglo XVIII eran de una carga emocional muy fuerte para el auditorio, hasta el punto de generar malestar.
Si a partir del minuto 2:56 sigues con esa sensación de belleza sin mácula, etérea e inquebrantable, es que no estás escuchando con detenimiento la lucha entre el viento y el piano a partir del minuto 3:30. Escucha el oboe, cómo responde al piano con un desequilibrio armónico, tirando de él, que se empeña en mantener el equilibrio. Pero acaba sucumbiendo a esa tensión con una melodía desolada (minuto 4:33), en la que el fagot, que lo acompaña, es la clave emotiva, profunda. Y aunque por un momento se recupere esa placidez que empieza a parecer forzada, en el minuto 5:10 se desquebraja definitivamente, con esas notas en forte, absolutamente severas, seguidas de los arpegios ascendentes del piano.
Excelente la creatividad el placer por la música y la ejecución del Concierto
ResponderEliminarUna preciosidad
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