El Concierto para piano número 3 fue terminado en 1802, el año del definitivo testamento de Heiligenstadt, escrito para sus hermanos pero, en realidad, para la humanidad entera, en el que el maestro asume su condición de sordo y, tras un terrible conflicto interior, habla de su responsabilidad artística frente al mundo, en un acto romántico donde los haya. La intención estética de Beethoven nunca fue la de romper con el pasado, como sucedería después con esa primera generación de románticos que vieron en él a un padre espiritual; de hecho, siempre admiró la tradición que le vio nacer.
El de Bonn es romántico en su intención consciente de expresarse a sí mismo a través de su música, y en que su expresión es tan moderna que necesita de una manipulación de las formas existentes.
Así, el Concierto tiene reminiscencias mozartianas, que, sin embargo, son utilizadas en él con otro idioma. Situado entre los dos primeros Conciertos, ampliamente herederos de la estética del XVIII, y los dos últimos, de gran madurez, este Tercero resulta ser, pues, una creación bisagra en su obra y en su vida, concebido de manera muy lenta, en una época de gran sufrimiento en la que el músico necesita expresar su drama interior y al mismo tiempo buscar todavía el punto de contacto con ese mundo que ama y del que se presiente pronto excluido.
Allegro con brio de larga y contrastante introducción orquestal, llena de luces y sombras desde el primer lamento de las cuerdas en este Concierto en Do menor, tonalidad interior; y entra el piano, declamado y solemne, envuelto tan dulcemente por la orquesta; el diálogo entre ambos se establece inmediatamente. Beethoven nos invita a deleitarnos con su cantabile, para arrastrarnos después hacia un espíritu más dramático en la orquesta que acaba siendo un diálogo desasosegado entre ambos… sonrisa y desazón conforman el movimiento hasta llegar a la cadenza para piano sólo: agilidades técnicas, más confrontación, bellísima música que termina poderosamente envuelta por la orquesta.
Largo muy beethoveniano: no hay introducción intelectual, desde la primera nota nos sentimos atrapados por la intensa austeridad del piano, desnuda, directa; cuando entre la orquesta, ya estaremos identificados con su ternura; y cuando, inmediatamente después, canten las cuerdas bajas, estaremos conmovidos, inmersos en su mundo interior. Todo el movimiento es una reflexión espiritual, de una elegancia transparente y un refinamiento que parece dotar a la música de ingravidez… música pura.
Rondó (Allegro) para cambiar de atmósfera; ¡cuánta elegancia! En este inicio pianístico que nos permite descansar emocionalmente; vivaz diálogo solista-orquesta, lleno de aire fresco, en esta especie de danza llena de fantasía. Brillante y alegre, con un bellísimo pasaje fugado central, el músico nos sorprende con sus soluciones, como siempre; el Beethoven más “terrenal” se nos presenta aquí para dejarnos un optimista sabor de boca en Do mayor.
la belleza de tus palabras hacen honor a la música eterna de Beethoven...
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